El hecho de formar parte de un jurado estaba remunerado económicamente pero con una cantidad tan pequeña que los únicos voluntarios que se inscribían para integrar las listas eran indigentes, enfermos que no podían trabajar, ancianos sin recursos… gentes sin oficio ni beneficio. Además, como la defensa y la acusación corrían a cargo de los propios interesados, la justicia no se basaba en las pruebas y en la verdad sino en el arte y la gracia que tuviese cada uno a la hora de pronunciar discursos e influir en el jurado. Como no todos tenían esa gracia, cobraron especial importancia los logógrafos que, previo pago, les asesoraban en su interpretación y les escribían el discurso creando, incluso, una figura literaria… la etopeya (describir las cualidades y virtudes para influir en el jurado independientemente del pleito concreto).
Así que, según la representación de la Justicia, la balanza no estaba muy equilibrada y la venda en los ojos era traslúcida.
Fuente: De banquetes y batallas – Javier Murcia Ortuño
No hay comentarios:
Publicar un comentario